Cada vez que Sara veía entrar a lord Hamilton en la tienda de Madame Blanchard se ponía de los nervios. Ese hombre no hacía más que malgastar el dinero con sus amantes y ella no podía evitar decirle lo que pensaba. No se soportaban, cualquiera que los viera desde fuera diría que se llevaban como el perro y el gato, así que cuando ciertos rumores corrieron por Londres, Sara decidió que era hora de hacerle ver a su lord que no podía seguir haciendo lo que le viniera en gana.
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