La primera vez que conocí a Ronan Kennedy cara a cara, fue mientras gritaba a un analista novato por no ser perfecto en su trabajo. Y lo que es peor, luego intentó despedirme por estar en medio cuando dicho analista se dio la vuelta y huyó -aplastando mi cactus de la suerte y arruinando mi tejido en el proceso, claro.
No hace falta decir que no me impresionó. Pero tampoco estaba preparada para enfrentarme al desempleo. Así que me aseguré de que Ronan no tuviera ninguna excusa para despedirme, trabajando hasta los huesos -mientras sacaba un poco de tiempo para tejer cada día- para asegurarme de que su equipo, antes caótico, funcionara como un reloj. Me merezco un aumento de sueldo, pero el jefe, tan molesto, apenas me dio las gracias. Idiota.
Hasta que casi me echan de su equipo y se ve obligado a enfrentarse a la dura verdad: tratarme como a un igual o perderme para siempre.
Para su crédito, eso es exactamente lo que sucede. Y es entonces cuando las cosas se ponen realmente interesantes...
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